"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Una Navidad extraña por Renée Escape

ÑA NAVIDAD La inauguración sería a las nueve de la noche. La mañana avanzaba y los nervios de mi madre junto a los de mi tía Olga, eran demasiado evidentes. El patio parecía nevado, pero se debía a tanto yeso distribuido por todos nosotros, caminando encima de las acumulaciones, desplazándonos por toda la casa. En un balde de metal con agua, burbujeaba el yeso que mi tía colocaba con sus manos a raudales. Mi mamá con un palo, revolvía. Tenían que lograr que fraguara, pero de un modo muy rápido, porque luego había que modelar el bloque y lograr tallarlo. Siendo lo más importante, que en la noche, las esculturas realizadas en yeso directo estuvieran listas para exponerlas. Lo más difícil fue la vaca. Mientras colocaban el bloque grande, como de un metro y medio de largo por medio de altura, mi madre modelaba una vaca echada. Cuando ya la tenía casi lograda, el yeso había fraguado a tal punto, que no había alcanzado a armar bien los cuernos y las orejas. El morro y la mirada, debían requerir su tiempo especial, para que ese animal así modelado, despertara la ternura necesaria, como para merecer encontrarse frente al Niño Jesús. Otra vez comenzaron a preparar la fragua y esta vez fue un Eureka. Descansaba sobre el piso del patio, esperando su secado definitivo cerca del mediodía de ese 24 de diciembre, una hermosa vaca, echada tiernamente mirando con sus ojos cancinos, la gente que se asomaría a deleitarse con su postura y presencia. Días anteriores, había culminado con San José, María niña. Ambos de tamaño algo mayor que el natural; y el hermoso y tierno bebé que reposaría en una cuna de madera. Nuestro padre, la había traído ya del carpintero, patinado en tonos ocres, levemente dorados y cobrizos, y colocado paja suficiente, para que descansara el Niño recién Nacido, como escultura que lo representaba. La tarde anterior, había acompañado a Nuestro padre con Jorgito, al local de la Galería Tomsa, para ornamentar el sitio. Primero, papá colocó diarios en los vidrios para que no fuéramos observados. Comenzó a hacer instalaciones de las luminarias, mientras mi hermano lo ayudaba. Había traído del Challao, tres arbolitos, que colocó en macetones con abundantes piedras blancas, para sostenerlos. Le pregunté si no se secarían y me aseguró que el tronco tendría suficiente savia, como para mantener vivas las hojas por varios días. Preparó el predio haciendo con arpilleras, cartones y papel maché, un armado de pesebre, muy grande. Los espacios quedaron bien representativos y realmente se veían como si estuviéramos dentro de un establo. Había suficiente paja fresca en el piso, intercalados con hojas de palmeras, y la habitación bien armada para colocar más adelante a los personajes realizados en yeso. La instalación corría por parte de mi padre y las esculturas, debía realizarlas mi madre. “Todo hubiera salido mejor, si la vaca no hubiera dado tanto trabajo”, repitió mi madre, quien preocupada se apuraba. Debía bañarse, bañarnos, arreglarnos todos pues los seis, incluyendo a los tíos, debíamos estar esa Nochebuena, con todo instalado y listo para ser inaugurado a las nueve de la noche. Claro que nadie almorzó ni tomó nada en la tarde… quizás agua en algún bebedero al paso. Asistirían al evento, gran cantidad de público, monjas y sacerdotes franciscanos, quienes habían encargado la obra. Le habían propuesto el pesebre en tamaño natural, a Beatriz Capra, una profesora de antaño, cuando nuestra madre, era estudiante. Sin embargo, la profesora, ante semejante proposición: el de inaugurar un Pesebre en un local en una galería, apenas una semana antes de Nochebuena…le pareció un imposible. Sin embargo, pensó en mamá. La conocía audaz y se lo propuso a ella, con la seguridad que no lo lograría. Seguramente, después se disculparía ante el clero Franciscano oportunamente. “¿Quién podría hacerse cargo de semejante obra? ¿De un pesebre inmenso, dispuesto en un amplio local de la galería Tomsa, la más importante en aquellos años, en el centro de Mendoza, después del Pasaje San Martín?” Nuestros padres se arrojaron a semejante aventura, apañados por su juventud y audacia. Esa tarde habíamos llegado al centro de la galería, como a las seis y media. Mientras mis padres con la ayuda de mis tíos, instalaban todo el pesebre a vidrieras cerradas. Nos enviaron a mi hermano y a mí, a jugar sin alejarnos a fuera del local pero teníamos prohibido salir de la galería. Aprovechamos para mirar las interesantísimas vidrieras de las jugueterías, como las de “El Arca de Noé"y”La mascota”, donde los chascos, nos encantaban. Mientras mi hermano se fascinaba con los puentes, los ferrocarriles, los camiones y colecciones de autitos, yo me embelesaba con los peluches, con las muñecas que me sonreían desde sus cajas. No me di cuenta el tiempo que pudo haber transcurrido. Probablemente ya habría comenzado la exposición del Gran Pesebre, la misa rápida, las oraciones de los fieles, adorando al Niño Nacido, la Bendición de los trabajos, la cercanía del público, que esa noche Navideña, estaba completando la galería de manera casi invasiva… Creo pasaron horas, donde mi embeleso trastocó mis sentidos, y mi ser interior, introducido en cada estantería de la maravillosa juguetería, había jugado entretejiendo cientos de historias con cada personaje que había hecho revivir entre las luces del interior de esas vidrieras. Risas, voces, y quizás algo de frío, pues había comenzado a llover, en una Nochebuena de verano, me hicieron tomar conciencia de que las rodillas me dolían en mi posición de cuclillas al borde de los zócalos que sostenían los grandes vidrios de esas atractivas vidrieras inmensas. Giré buscando a mi hermano…. Pero fue inútil. Él no estaba. Y vaya a saber desde cuándo, ya no estaba cerca de mí. Visualizar el horizonte dentro de sitios colmados de personas, todas hablando en un murmullo indescifrable, era casi una utopía… había una realidad que comenzaba a resultarme desesperante. Con mi bajísima visión, la inmensa muchedumbre significaba la más cercana, hombres con trajes grises, azules o negros; otros más allá de color café quizás. También percibía imágenes de mujeres con multicolores vestidos que a medida que se alejaba mi visión, eran solo manchones confusos sin poder diferenciar a nadie. Ningún rostro tenía significado. Comencé a caminar, sin rumbo definido. Tampoco tenía idea dónde quedaba el local del pesebre, pues con mi hermano habíamos deambulado bastante dentro de ese público recinto, lleno de vericuetos. Habíamos girado, mirado muchas vidrieras distintas… A medida que caminaba, sentía alejarme más y más. No pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas. Imposible evitar los espasmos sollozantes y solo podía gritaren mis flamantes cinco años: ”¡Papáaaa, mamáaaa!” De pronto vislumbré un grupo de personas. A cierta distancia, se apreciaban dos hombres y una mujer. Uno de los hombres se parecía mucho a mi padre. Le distinguía un pelo rubio ondulado, un traje gris claro como el que papá llevaba ese día. Corrí emocionada, casi contenta, mientras el corazón palpitaba ya demasiado en mi pecho. Cuando llegué lo más cerca posible, abracé al hombre gritándole…”¡Papáaaa, papáaaaaa!” Nos miramos … y sus ojos no me hablaron de papá. Su mirada había cambiado. La señora que tomaba su brazo , tenía una cara insólita y se dirigió al hombre extrañada… “¡¿Tu hija?!” El hombre sacudió mi brazo, empujándome y casi me arrojó al suelo. En esos momentos desesperantes, de gran sorpresa, sentí mi nombre a gritos conocidos diciendo:”¡Riadana, Riadana! Por fin… aquí estás!” Mi hermano junto a mi padre más atrás, corrían a mi encuentro. El hombre confundido dijo …casi enojado a mi padre: “¡La próxima vez, fíjese dónde deja los hijos!” Con el rostro enrojecido , muy cansado y sin contestarle, me arrastró del brazo …”¡Vamos!” murmurando casi ininteligiblemente. Salimos en grupo hacia la calle. Yo no tenía ya ganas de hablar más nada. Caminábamos mi hermano y yo adelante, pues nuestra madre siempre tomaba la misma costumbre: nos enviaba a caminar adelante para vernos , mientras ella con mi padre lo hacían atrás. Detrás de ellos, marchaban nuestros tíos. El trecho que teníamos que recorrer era bastante largo, desde el centro de la ciudad, hasta la Sexta Sección, donde vivíamos , en la calle Benielli al 2.600. Es que pasadas las diez, en Nochebuena y en Navidad, no habían más colectivos, tranvías ni troles que nos pudieran acercar a casa. Mucho menos un posible taxi. Todavía lloviznaba suavemente, y al hambre y a la sed, se le sumaba el frío de la noche avanzada sobre nuestros descubiertos brazos y piernas apenas vestidos por las livianas ropas de verano. Pasábamos por puertas y ventanas de muchas casas, y se podía observar las familias contentas en sus interiores comiendo, festejando la Nochebuena y brindando por ella… . La panza me molestaba mucho, junto al cansancio. Cuando se lo comuniqué a mi madre, me contestó que no era hora de comprar nada ya. Eran casi las doce de la noche. Nuestros tíos más atrás,jóvenes y recién casados, reían divertidos…Mientras sorteábamos los charcos de agua que recordaban a la lluvia de apenas unas horas antes. El tío Gringo reía a carcajadas…”¡jajajajajaja, tanto trabajo que les dio y no tenemos un mango! ¡Jajajajaja, solo un papel de mierda!” “¡Sií!” dijo mi padre. “¡Solo un cheque, para dentro de una semana! ¡Y nosotros sin un peso! El tío había cobrado el aguinaldo, pero con la elaboración ininterrumpida del Pesebre, no habían podido comprar nada, ni un simple pan dulce. Se preguntaban, si al día siguiente 25, feriado, conseguirían algún almacén que los atendiera. ” “¡Lo peor es que en la casa nos queda solamente creo, un perejil colgando del anaquel!¡Ahahaa, y mucho yeso , yeso por todos lados!” Dijo la tía Olga…. Volvió a reír el tío gringo: “¡Jajajajaja, Feliz Navidad, chicos! ¡Rían, riiiían!” … Renée Escape

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